LA PRIMER MARCHA DE BÚRBUJAS
—Veámonos en la calle de siempre— le respondí a Mily, la burbuja que conocí en Bumble, la aplicación de citas.
Reconozco que salir conmigo puede agobiar a los demás. Constantemente escapo de las conversaciones que hacen un encuentro interesante, sobrepienso y divago sobre el tema que estemos debatiendo, imagino escenarios de todo tipo: fantásticos, patéticos, lúgubres, vergonzosos. En las conversaciones importantes, la comedia estalla desde lo más profundo de mi jabón. Todo esto me aleja del propósito inicial de la charla y me pierdo en un paraíso mental que nadie, excepto yo, conoce. Cuando reacciono, sonrío y apruebo la comprensión que hice del discurso presentado con los ojos, llevándolos de arriba hacia abajo. Tal cual como acaba de suceder. Sigo tumbada en la cama, pensando si ir o no a la cita con Mily.
A veces, mientras logro tomar una decisión, me gusta recordar a Burbulliam Shakespeare «ser o no ser», «explotar o no explotar». También pienso en la idea de que el licor ayuda más a las burbujas de lo que las destruye; bueno, en mi caso es así. Lo bebo únicamente para hacer la conversación más resbalosa y sostener la mirada de quien me acompaña en ese momento. Mi terapeuta rechaza esta teoría, él, por el contrario, dice que se trata de un trastorno leve de inseguridad, aunque eso se lo dejo a usted, querido lector: ¿el alcohol realmente ayuda a los introvertidos?
A todo esto sumémosle que las citas de burbujas no son comunes durante primavera. El viento, la brisa, las mascotas, los niños y aquellas flores amarillas que caen de los árboles de Colima me hacen pensar que todo puede salir mal. Sin embargo, dejo flotar este corto pensamiento y decido ir a la cita.
¡Por todos los jabones! Mi manía de querer perder el tiempo siempre me pone en apuros: no tengo tiempo para bañarme ni para ir a la peluquería. Por suerte, soy una burbuja de jabón de fresa, mi aroma es fascinante, incluso cuando no me baño. Sí, las burbujas también nos bañamos.
Le envié un mensaje a Mily justificando mi impuntualidad. Al no recibir respuesta, sentí que cometí un error y que nuestra cita se había perdido en el tiempo, así como mis cálculos para llegar temprano. Pensar que no respondería el mensaje hizo crecer mi inquietud como espuma.
Mily podrá ser olvidadiza, pero pocas veces tarda más de dos minutos en contestarme. ¡Sé que algo sucede! El sentimiento en el estómago sigue intacto y es de preocupación: ¿será que no quiere verme más? ¿Conoció a una burbuja con mejor jabón? ¿Se cansó de esperarme y ahora me odia? Acelero mi rumbo por los aires y, al llegar al destino, veo que la sargento Bum estaba acordonando el lugar. ¡Nooo, Mily, nooo! —grité. El ambiente era espeso; el olor mentolado de Mily impregnaba el lugar. Se oían gritos alrededor, entre ellos el de un joven: —Fue un niño, un niño la reventó—. Quedé escurrida. Las lágrimas de jabón empezaron a caer; los transeúntes las pisaban y resbalaban.
A pesar de que el peligro se encontraba en cada esquina, nunca había presenciado la muerte de una burbuja. Ver estallar burbujas puede ser maravilloso o incluso divertido para los seres humanos, pero para nosotras es un acto atroz. Este suceso me impulsó a cambiar algo que, evidentemente, estaba mal. Planeo una marcha que irá desde la calle donde Mily hizo plop hasta la plazoleta Wash Street, a dos cuadras de la estación principal de policía.
La marcha será el viernes de la próxima semana a las 7:00 A.M. Caravanas de jabón y pancartas de espuma llenarán las calles. Convocamos a los cantantes Ray Bumbles Charles y Espumita Bum, famosos por su último álbum en colaboración «No explotes de amor», también a las burbujas de jabón de platos, corporal, de carros e incluso las de skincare. Espumosas todas confirman su asistencia.
Aparentemente todo iba de jabones, pero seis horas antes del acto final de la marcha presenciamos un fraude que puso en peligro nuestro propósito. Se trataba de un batallón de agujas afiladas que buscaba silenciar y dar por terminado el evento que aún no comenzaba.
No logramos llegar a un acuerdo con el batallón, por eso flotamos de allí cuanto antes, lo que generó indignación y más ganas de protestar. Mientras buscamos el segundo punto de la ruta, oímos un estruendo feroz. ¡Plop, Plop, Plop! sonaba rítmicamente. El batallón agujas estaba acabando con la vida de las burbujas a sus espaldas, dejándonos en shock con su estrategia ruil. Sin desfallecer, continuamos la lucha.
En nuestros cuerpos se reflejan los gestos de sorpresa de los transeúntes al ver una multitud de burbujas marchando. A la causa se unieron familias, amigos y víctimas de muertes anteriores, que cantaban y mostraban sus carteles: «No más Plop», «Bubbles lives matters», «Ni una burbuja menos», también se aferraban a los postes y detenían el tráfico. En pocas horas obtuvimos la atención de los medios de comunicación.
Pasadas cinco horas esperábamos el discurso final de Don Redondito, alcalde de Burbucity. Minutos más tarde, inició: —Hoy nos reunimos burbujas y burbujotas, difuntos y no difuntos, familiares de burbujas y casi familiares de burbujas, burbujas espumosas y despumosas, con un fin: acabar con los asesinatos de nuestra comunidad. Han sido años de injusticia. Lo que hoy hacemos cambiará el futuro en gran medida. Enmanuel Burbin dijo: una fuerza es más profunda cuando nace de la profundidad. Por eso, nada nos detendrá, absolutamente nada hará que nos detengamos. Desde hoy, ninguna burbuja será reventada.
Un silencio cobijó la plazoleta Sin Viento. Fue un silencio que sigue acompañándonos hasta el presente, la luz del mediodía fue oculta por una nube oscura y, segundos más tarde, el sonido de la lluvia dio por finalizada la protesta.
Creditos:
Karla Hurtado Copywriter